LA CORRUPCIÓN Y EL RETO DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
La concepción de la
corrupción como un ciclo de malas acciones concebidas desde la moral o la
ética, lo ilegal y lo ilegítimo constituye un tema del cual no se podrían
determinar conclusiones relevantes en torno al estado actual de la
administración pública costarricense. Cotidianamente la corrupción suele ser un
punto a discutir, pero: ¿Qué conclusiones aplicables se logran para trabajar
por el desarrollo del país? Se deben evitar las discusiones empíricas y
sensacionalistas sobre la corrupción, emitiendo criterios que superen el
análisis sobre su status quo.
No es el fin de este ensayo
clasificar las causas de la corrupción, ya que la subjetividad de estas varía
según el tiempo y el espacio social en el que se sitúe su análisis. Se debería
entonces, para poder clasificar las razones de la corrupción, desprenderse en
la conceptualización de lo moral, lo ético; referir necesariamente a varios
clásicos, lo cual en lo práctico de la Administración Pública no generaría
mayor utilidad.
Compete, más bien, en este
ensayo analizar la corrupción específicamente en el ámbito del desempeño en las
funciones del servicio público, tomando como primera imagen la relación entre
la corrupción con la democracia, esta última como sistema político en el que
vivimos además, la influencia mutua que mantienen estos elementos. De igual
forma, una breve anotación sobre el rol que desempeña la contratación
administrativa en este espacio, llegando a concluir con el reto que a la
administración pública atañe. Se finalizará analizando como este romance entre
corrupción y democracia traza el camino en ruta del desarrollo del país.
El fenómeno de la corrupción
dentro de las administraciones públicas como la usurpación de bienes o medios
de carácter público, de todos, para satisfacer un beneficio individual, es
abordado por varias disciplinas y diversos autores. Salazar (2004) también
expone que los actos corruptos se caracterizan en que: “Implican un deber
posicional, es decir, evidencian una deslealtad hacia las disposiciones que
violan y un desprecio a la función que se cumple.” (pág. 7). Por lo
tanto, la corrupción no es un hecho invisible, se hace palpable en la
consecución de actos de una persona, en nuestro contexto, por un funcionario
público.
Dado lo anterior, el problema
se manifiesta cuando los funcionarios, encargados del asunto público, cuya
función constituye “el servicio general o el agregado de medios y el sistema
organizado para transmitir y hacer eficaz el impulso del gobierno y para
regularizar las relaciones de la sociedad” (Serrano, 1997, pág. 11) se
alejan de la idea de servicio a los demás, imponiendo sobre esta la búsqueda
egoísta del bienestar propio.
Analizando lo anterior ¿cuál
sería el motivo de convivir en una sociedad donde unos pocos sacan provecho de
lo que es de todos?
Es en este punto donde nos
cuestionamos ¿cuál es el papel de la democracia? considerando lo que Walter
Montenegro (1993, pág. 77) menciona: Recordemos
que la democracia, navegando entre conceptos jurídicos, políticos y éticos, se
había ocupado para asegurar la proclamación y el ejercicio de derechos que se
referían a la libertad, a la justicia igualitaria, a la anulación de los
privilegios de casta, etc.
Al alejarse la democracia de
los valores como la justicia igualitaria y la anulación de
privilegio, implícitos en su constitución, tal doctrina de ordenamiento
político en medio de la sociedad costarricense; su aceptación como
sistema político podría ser debatida cuando la población palpa cómo las clases
jerárquicas hacen gala de su poder en beneficio de los intereses que más
les convienen.
En consecuencia, se desata un
peligro inminente para la democracia, pero además, para la legitimidad
necesaria del aparato estatal como un todo protector del interés público, en el
cual, las administraciones públicas desempeñan un papel importante como
propulsoras del Bienestar General.
La remisión del sistema
democrático en comparación con el aumento de la corrupción (o al menos de su
percepción en la opinión pública), no es un acontecimiento casual, sino más
bien una relación de dependencia, dónde la falta de una estructura consolidada
del sector público del país en temas jurídicos, sociales y económicos reafirma
el agotamiento del sistema. De esta manera lo mencionan reiteradamente los
participantes de la Mesa Redonda Sobre La Corrupción En Costa Rica (Fundación Friederich Ebert, 2002) y lo
reafirma Israel Covarrubias cuando expresa que “La corrupción, cuando está
conectada con la cuestión democrática, aparece, antes que nada, como una
relación compleja que de igual modo involucra los ámbitos cultural, político,
económico y social.”(Covarrubias, 2005, pág. 15).
Esta dependencia no permite
desligar los conceptos de corrupción junto al de democracia, obligando a
recapacitar sobre la construcción de la democracia de una forma más amplia. En
consecuencia, es necesario crear nuevos espacios democráticos dónde sus
formadores sean los ciudadanos activos, no sólo en los procesos electorales, sino
en todo el quehacer de la administración pública, como fiscalizadores de la
transparencia y calidad con la cual todos los servicios públicos deben ser
brindados. De igual manera, deben
ocuparse atentamente los medios de comunicación en la búsqueda de la veracidad
de la información de interés público, desempeñando así el papel que les
corresponde como elementos que pueden ser gran estímulo para el desarrollo de
las democracias.
Desgraciadamente, estas
esperanzas de acciones en pro del fortalecimiento del sistema democrático no
son sencillas de materializar, al encontrarnos con un sistema legal que no
empodera a la ciudadanía, ni a la investigación profesional por parte de los
medios de comunicación hacia los acontecimientos cuya legalidad se encuentre dentro
de la administración pública. Más adelante profundizaremos en búsqueda de
acciones correctivas.
El crecimiento de la
corrupción en las múltiples estructuras del gobierno no sólo ha tenido
repercusiones en la pérdida de credibilidad y legitimidad en la clase política,
sino que además, conlleva una manifestación en la cual, a razón de ilegitimidad
(que salta a la luz a través de los actos corruptos) se da un fenómeno a lo
largo de la sociedad civil de empezar a familiarizarse con estos actos,
convirtiendo lo que antes era ilegitimo y legal, en ahora legítimo a pesar de
ser ilegal.
Tomando en cuenta lo
anterior, es cómo los actos de corrupción pueden ingresar hondamente en el
proceso de socialización de los y las ciudadanas costarricenses, donde cada día
se aceptan más estos hechos, cuya cotidianidad de los actos motiva
reproducirlos, en consecuencia, resultan generaciones que no considerarán los
actos que en nuestro presente podemos considerar corruptos como tales; ya que
su presencia constante a lo largo de su desarrollo personal provoca que no los
consideren ajenos a la naturalidad dentro de las relaciones humanas.
La contratación
administrativa no se encuentra exenta de entrar en la peligrosa corriente en la
que se mueve la corrupción, al contrario, puede ser más vulnerable para esta,
debido a las características de intercambio de mercancías, como actividad de
tipo comercial que representa. En este sentido, el potencial de caer en actos
de corrupción es mayor que en otros aspectos de la administración pública,
debido a los intereses de carácter privado, tanto del empleado público como del
representante de las operaciones de cualquier organización privada.
Es por lo tanto pertinente en
la contratación administrativa prestar atención a los conceptos de democracia,
dando ejemplo de: transparencia, procesos regulares, comportamiento uniforme en
todo proceso de contratación administrativa; en los cuales impere siempre el
compromiso de promover los intereses de las mayorías y no los personales,
respetando estrictamente el marco legal que regula los procesos de contratación
administrativa.
No se puede concebir una idea
de desarrollo del país con una administración pública saturada de
irregularidades que ilegitimen su función. Tampoco con actos corruptos, tanto
en los mandos medios y altos, como en las funciones operativas de las
organizaciones públicas que substraen al sistema democrático el sentido de
confianza que tiempo atrás conservaba.
La corrupción actúa y tiene
sus secuelas a lo largo de los procesos productivos del país cuando ya una vez
se impregna en el consciente colectivo costarricense, provocando el
quebrantamiento de la efectividad en los procesos burocráticos. Seguidamente,
los desacoples provocados afectan primordialmente el sector público, dado su
carácter de público y de alta demanda, pero también en el sector privado,
limitando así la capacidad en estos sectores de poder emprender acciones
productivas que solucionen las necesidades de nuestra sociedad.
Es momento de superar lo que
apacigua un sistema político, que sin actos de corrupción sería sin duda
diferente a lo que hoy en día se puede percibir de él. Unido a esto me permito
referir las palabras del profesor Luis Enrique Gamboa: “¿A qué se le teme en
la democracia? Uno de los viejos temores de la democracia radica en que llegue
a ser usurpada por un tirano…” (Gamboa, 2007). Es por esta razón que
en la administración pública sus profesionales no se pueden volver como
tiranos, mucho menos tomar de manera liviana la tiranía de muchos al olvidarse
de la razón de ser de la administración pública, al postergar el servicio a los
demás por buscar su beneficio personal.
El deber, por lo tanto, es
emprender los procesos democráticos, la participación ciudadana al proveer de
información que revele la transparencia en las funciones de todo servidor
público y así tener una regulación más allá de la legalidad, que llegue a la
legitimidad de la administración pública, como principal herramienta de la
puesta en marcha de las políticas públicas que buscan el bienestar general de
la población. De igual forma, se debe trabajar en la parte legal que facilite
la regulación efectiva y la rendición de cuentas a lo largo de las actividades
de carácter público.
Multi-causal, así es el
fenómeno de la corrupción, pero con respuestas a estas causas que convergen en
una posible solución y esta es la responsabilidad. Es menester a cada
funcionario, cada ente público, responder al problema de la corrupción con
responsabilidad para actuar de la mejor manera según la competencia
correspondiente. Como lo mencionó en su momento Albert Einstein: Ahora bien, lo valioso de nuestras instituciones, leyes
y costumbres radica en que salen de la recta conciencia de innumerables
individuos. Y es que toda reforma moral resulta impotente si no es asumida por
individuos vivos, movidos por la responsabilidad. (Einstein, 1931, pág. 36).
Tomar esa responsabilidad con
valor es lo necesario para poder preservar un sistema político que en otras
latitudes del mundo desconocen en absoluto, la Democracia. Valor para buscar en
toda labor la gobernabilidad, que suprimiría automáticamente la corrupción
dentro de la administración pública.
Me gusto mucho su articulo
ResponderEliminarLo felicito
Me gusto mucho su articulo
ResponderEliminarLo Felicito